Vistas de página en total

15 de julio de 2009

Buscando el rostro de Dios para caminar sobre las Aguas


En el libro de Mateo, capítulo 14 versos del 22 al 33, encontramos un relato muy familiar para muchos, asombro y sobrenatural; un relato en el que Jesús se manifiesta a sus discípulos con una demostración de poder poco común. En medio de una gran tempestad, rodeado de una oscuridad profunda, en medio del vaivén de las olas, el Maestro se acerca a la barca donde están sus discípulos. Caminando sobre las aguas los sorprende y los confunde. Uno de ellos, el impulsivo de Pedro como de costumbre, se aventura a desear participar de esta demostración de poder.
Pedro le pide a su Señor ir hacia Él caminando sobre las aguas, Jesús da su aprobación y lo invita a venir a su lado, éste lo hace y sale de la barca dando algunos pasos y buscando el rostro de su Señor en medio de tan violento viento. Está cerca de completarse con éxito su recorrido, pero… por un momento, sintiendo el tambaleante mar debajo de sus pies y el fuerte viento golpear su cuerpo, deja de ver al Maestro y coloca su atención en la tormenta. Después de unos segundos de distracción, violentamente se hunde en medio de las aguas. Entonces Jesús le dice: “¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste?”.
En nuestro caminar diario, son muchas las ocasiones en las que admirados del poder de Dios y de sus manifestaciones sobrenaturales, nos bajamos de la barca ansiosos de caminar junto a Él. La tormenta nos rodea, pero dispuestos y entusiastas asumimos el reto; sin embargo, al igual que Pedro luego de un rato, dejamos de ver el rostro del Señor, sintiendo el mover de las olas, sintiendo como se nos tambalea el piso y lo fuerte que nos golpea el viento a través de las circunstancias que experimentamos, miramos lo poderosa y fuerte de nuestra tormenta, dejando de ver a Aquel que nos sustenta.
Estas olas que se levantan delante de nosotros generalmente son: la duda, la confusión y la distracción; esta última, representada no sólo con problemas o exceso de trabajo, sino también con nuestras victorias y éxitos. Olas y tormentas que siempre se harán presentes, que siempre estarán allí. Entonces, si siempre van ha estar presentes, ¿cómo evitamos las hundirnos? Si nos remitimos al texto bíblico, la respuesta parece sencilla. Pongamos nuestra mirada en Jesús. Ahora, ¿cómo lo hacemos? ¿Qué implica realmente poner nuestra mirada en Jesús? Yo puedo mirar a las personas que están a mí alrededor, de hecho estoy mirando atentamente el computador, su pantalla y sus teclas para poder escribir este mensaje. La mirada es algo bien significativo. Nuestros ojos son la ventana de nuestro corazón, expresan nuestras emociones y son fundamentales dentro del proceso de comunicación.
Pedro vio los ojos de Jesús, su rostro, su expresión de amor y misericordia, esto le infundió valor. Pero tú en tu habitación, ¿ves su rostro? Seguramente no, y es que ¿cómo podemos ver el rostro de una persona que no está presente físicamente ante nosotros? A Jesús sólo podemos verle por fe. La fe “es la certeza de lo que se espera, y la convicción de lo que no se ve” (Hebreos 11:1). Es la certeza de que Él siempre se hará presente en medio nuestro (Juan 14:16), y la convicción, de que Él estará allí aunque con nuestros ojos físicos no puedan verlo.
Cuando recién reconocemos a Dios en nuestras vidas, estamos dando un paso de fe, estamos creyendo en Él. Esta fe, la fe que nos hace creer en Él como nuestro Salvador y Redentor, es una fe primaria, que necesita ser alimentada y fortalecida para poder llegar a esos niveles de certeza y convicción. Sólo caminando en ella, en esta fe fortalecida, podremos desarrollar una relación de amor con nuestro Señor que nos permita ver más allá de los físico y circunstancial. De lo contrario, podemos creer en Jesucristo, pero no tener una relación personal con Él. Debemos crecer en la fe, creer lo que la Palabra nos enseña de nuestro Señor, alimentarnos de esta Palabra y aplicarla a nuestras vidas, porque al creer en el poder de ella, nos abre las puertas para desarrollar una relación con Dios más allá de la estructura religiosa o tradicional, nos da la oportunidad de desarrollar una relación de amor profunda y real. Una oportunidad que debemos aprovechar.
Sólo podrás mirar a Jesús, mirar su rostro, a través de una relación de amor con Él. Esta relación de amor es amar a pesar de las dificultades, el sufrimiento, las decepciones, los desacuerdos, las injusticas que estés experimentando; es amarle como nos lo enseña Pablo en 1 de Corintios 13, con un amor que es sufrido, que es benigno, que no tiene envidia, ni es jactancioso, no se envanece, no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor, todo lo sufre, todo lo espera y todo lo soporta, un amor que nunca deja de ser. Esa relación de amor es lo que te alimenta, renueva y evita que caigas en medio de la tormenta, es lo que permite que la confusión no se apodere de ti o que el desaliento te haga sentir que lo que estas haciendo no tiene sentido. Esta relación de amor, te mantendrá firme cuando los argumentos que se levanten a tu alrededor intenten atentar en contra de tu fe. Es lo que te dará la fortaleza para salir adelante en medio del problema.
Aun así, amar a quien no ves sigue siendo abstracto, por eso quiero que te preguntes, ¿qué te enamora de una persona? Generalmente, lo que te enamora es lo que ésta persona es, lo que piensa, o hace, lo que siente por nosotros, e incluso lo que es capaz de hacer por estar con nosotros. La Biblia es un tesoro que nos revela día a día ese amor profundo de Dios para con nosotros, nos muestra que piensa de nosotros, los planes que tiene para nuestra vida y lo que es capaz de hacer por cada uno. La Biblia es ese instrumento que nos acerca a Dios y que nos lo revela, nos los muestra tal cual es, para que a través de esa revelación, podamos enamorarnos de Él y adorarlo como sólo Él se merece.
Las tormentas siempre estarán presentes, al igual que el Señor. Busca amarlo cada día y esto te permitirá siempre ver su rostro, y así poder caminar sobre las aguas.
“El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre y yo le amaré, y me manifestaré a él” Juan 14:21.

No hay comentarios:

  “… Despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante”   hebreos 12:1.  ...